Expectativas
Un cartel sin grandes nombres que no nos llamaba mucho.
Durante
Pocos festivales consiguen que todas las bandas y artistas te parezcan interesantes.
En retrospectiva
El Tribu es una de esas iniciativas culturales que Burgos necesita y que no podemos perder.
El fin de semana pasado se celebró la novena edición del San Miguel Tribu Festival. Un festival que se aleja de las modas y de los nombres típicos para apostar por el talento por encima de todo. Una apuesta valiente y heterogénea en la que los artistas emergentes se mezclan con bandas consolidadas como La Cabra Mecánica, con músicos de géneros tan variados como el hip-hop, el flamenco, la música electrónica o el pop-rock.
Una nueva edición que volvía a celebrarse en los jardines de La Parrala, pero con un formato más reducido respecto al año anterior. De los dos escenarios pasaban a uno y el cartel se recortaba a más o menos la mitad. También lo hacía su precio, con entradas más asequibles que no superaban los 20 euros y que buscaba atraer a más público, su gran lucha durante estos dos últimos años.
Con este nuevo formato, parece que va encontrando su lugar dentro de Burgos y buscan consolidarse por fin dentro de la ciudad. Este es un buen primer paso para tener ese festival que muchos siempre hemos soñado, pero que parece que no nos merecemos. Y es que, a pesar de tener uno de los festivales más únicos y hecho con más mimo de toda España, mañana volverá a sonar la cantinela de siempre de que en Burgos no hay nada que hacer.
El flamenco de Israel Fernández deslumbra en la noche del viernes
Andrea Santiago fue la encargada de abrir el festival. Desgraciadamente, actúo para las primeras 20-30 personas que habían acudido al festival a primera hora. Quizás la mayor pega que puedes poner al Tribu es lo desolador que puede parecer para gran parte de los artistas del cartel, y es que quitando los cabezas de cartel, la gran mayoría de bandas actuaron para poco más de 200-300 personas.
La siguiente en subir al escenario fue Anna Colom, con una propuesta que se sumerge de lleno en la música de raíz y que para nosotros fue la gran sorpresa de esta primera jornada. Tras ella, Karavana, que con su pop-rock pegadizo consiguió levantar el ánimo y al público de La Parrala. No obstante, gran parte de los allí presentes habían ido al festival para ver el concierto de Israel Fernández y esto era solo un preludio antes del concierto del cantaor flamenco.
Pasadas las nueve de la noche, Fernández salía a escena acompañado del guitarrista Diego del Morao, y se arrancaba a cantar dejándonos atónitos. Para la siguiente canción se sumaron percusión y palmeros, y los jardines de La Parrala se convirtieron en un tablao flamenco improvisado durante la hora y poco que duró el concierto.
La sencillez de la puesta de escena contrarrestaba la maestría de Diego del Morao a la guitarra y la fuerza vocal de Israel Fernández. Un concierto en el que viajaron por diferentes palos del flamenco levantando ovaciones y olés. Un flamenco clásico, que se aleja de las fusiones y las experimentaciones tan de moda hoy en día, y que fue una auténtico espectáculo.
Colectivo Da Silva fueron los encargados de cerrar esta primera jornada. Los granadinos ponían el broche final a un primer día del Tribu con ritmos latinos, temas bailables y canciones cargadas de humor y buen rollo.
Una segunda jornada marcada por la lluvia
El sábado no podía empezar peor. Por la mañana, estaban programados dos conciertos gratuitos en la Plaza del Rey San Fernando. La primera mala noticia llegó con la cancelación de Surfuckers, por problemas personales, lo que llevó a la organización a adelantar el concierto de Kamikaze Helmets. Pero no era el día, y todo lo que podía salir mal, salió mal.
A los quince minutos de comenzar el concierto, empezó a diluviar. El público se refugió como pudo en los bares y tiendas cercanas y se detuvo la actuación hasta nuevo aviso, pero nunca se pudo retomar. La falta de protección ante la lluvia ponía en peligro la salud de los músicos, así que, en una buena decisión de la organización, se canceló el concierto.
Mientras todo esto sucedía, en La Parrala tenían lugar otras actividades como el espectáculo de circo de Jean Philippe-Kikolas o la conversación ‘Una mirada contemporánea‘, que hacía un repaso por la música de raíz y su resurgir en los últimos años.
La Cabra Mecánica se coronaba en el Tribu Festival
Por la tarde, Niños Luchando, el proyecto de Javier Bolivar, abría en los jardines de La Parrala ante los primeros curiosos que acudían el festival. Le seguía el pop electrónico de la santanderina Ganges, que actuó acompañada de Mira Paula, y que con su voz aterciopelada nos deleitó con letras sinceras y cargadas de verdad.
Poco a poco, parecía que se iba llenando el recinto. Se notaba que era sábado y, a pesar de las previsiones de lluvia, había más gente que el viernes. Llegaba el turno de Josh Rouse, probablemente el artista de todo el cartel del que menos esperábamos, y que nos cerró la boca en la primera canción.
Con un repertorio folk-rock y una banda más que solvente, consiguió alzarse como una de la revelaciones de la tarde. Un concierto en el que la lluvia volvió a ser protagonista. No obstante, la organización demostró su eficacia montando un par de carpas en menos de cinco minutos para que pudiéramos protegernos del chaparrón.
El gran momento de la tarde-noche lo protagonizó La Cabra Mecánica. La mítica banda de pop-rock regresaba para conmemorar el 25º aniversario de su primer disco ‘Cuando me suenan las tripas‘. Lichis, cantante y líder de la banda, mostraba con mucho humor los achaques de la edad y acabó sacando del bolsillo sus gafas porque era incapaz de seguir correctamente el set-list.
El despliegue sonoro y de luces fue espectacular y, sin duda, el concierto más destacado del San Miguel Tribu Festival 2023. Un show sólido en el que repasaron algunas de las canciones más míticas de la banda. “Un bonito interludio”, comentaba Lichis, que desde la disolución de la banda había continuado con su proyecto en solitario y volvía a reunirse temporalmente con sus viejos compañeros.
Blanco Palamera se encargó de hacernos bailar bajo la lluvia con ritmos hip-hop, R&B y electrónicos, poniendo el broche final a la noche del sábado. De nuevo, como todas las bandas del cartel, nos sorprendió para bien.
Palabras aparte escribiremos de ‘Volver‘, porque así creo que lo merecen. Pero, sin duda, ver a más de 40 artistas de todos los géneros y generaciones cantando y bailando una versión de punky y hiphopera de ‘El Guri Guri‘ o la fusión del grupo Orégano con Grotèsque y El Nido, fue sin duda una experiencia inolvidable, de esas que marcan una generación y que se quedan grabadas para siempre.
Una apuesta por el talento sincera y para todos los públicos
Si algo ha caracterizado al festival Tribu es su espíritu familiar. Un festival pensado para disfrutar con niños, accesible, cercano y cómodo. Destacar lo bien pensado que estaba todo para los más peques de la casa y cómo había muchos lugares en los que sentarse y poder descasar. Cosas que no tienen nada que ver con la música, pero que siempre se agradecen.
Y es que se nota el mimo y cariño que se pone por parte de todos los que hacen posible el Tribu. Desde el diseño de los carteles, las barras, los artistas locales que colaboran con el certamen, la zona de restauración, todo estaba cuidado al detalle.
Lo más positivo que saco de la experiencia es que todas las bandas y artistas me parecieron interesantes. Todos sin excepción tenían algo que hacía que mereciera la pena verlos. Es algo que no suele pasarme en festivales y menos en aquellos en los que no conoces a casi ninguna de las bandas del cartel.
Y es que el Tribu lleva años apostando por artistas emergentes y por la fusión de estilos a la hora de configurar su cartel. Justo hace dos días, Nacho Criado, más conocido por su nombre twittero Criado el Enterado, escribía en El Diario Montañés sobre cómo los festivales poco a poco van dejando la tendencia del “indie” para dar paso a un formato más híbrido asemejándose al mítico festival británico Glastonbury. Un festival en el que artistas veteranos y emergentes de diferentes estilos convergen en un mismo cartel.
Solo hace falta pararse a mirar festivales como el Sonorama Ribera o Conexión Valladolid, y cómo cada vez más dejan atrás el indie para apostar por la música urbana o más comercial. Otro punto a favor del festival burgalés.
La nota discordante la marca la incapacidad, aún con todo el trabajo y recursos, de convencer a los burgaleses para acudir al festival. No creo que sea solo culpa suya, pero si es cierto que deben y debemos seguir trabajando para revertir esta situación. Por mucho mimo, mucho cariño y muy buen cartel que tengas, si no cuentas con la respuesta del público estas iniciativas dejan de ser sostenibles y terminan por desaparecer. Y eso es algo que no nos podemos permitir.
El Tribu es ese festival que cualquier burgalés querría tener, o así lo veo yo. Un certamen que de verdad apuesta por el talento local y emergente y que intenta dar un espacio en el que todos se sientan a gusto. Una cita en la que vanguardia y tradición van de la mano, y donde la danza, el teatro, el arte o la gastronomía también tienen su espacio. Un festival con todas sus letras.
Quizás los que gritan a los cuatro vientos que en Burgos no hay nada y que es una ciudad vieja y casposa, en realidad quieren decir que quieren más discotecas, más verbenas y más charangas. No digo que no lleven razón, pero cada día pienso más que todo esto de la música en directo o la cultura, les da un poco igual, y me da mucha pena.
En fin… esperemos poder vernos de nuevo en el Tribu 2024.